676
Una sala oscura, candelabros alumbrando las caras de las personas arriba –sentadas en mesitas de a dos– y abajo –de pie y esparcidas por todas las esquinas–, be-jazz proyectado a la pared tras el escenario. Una atmósfera agradable.
Unos instantes. Aplausos.
Miradas íntimas, expectación, y ya nos sumergimos en profundas aguas sonoras. En un baño de luz anaranjada comienzan maullidos violinísticos a emitir sollozos, risas, gemidos. Se convierten en estrella entre los instrumentos hasta transformarse en pieza de puzle a la tercera, unirse a las demás piezas y transformar en conjunto sonidos en una imagen sonora. Guitarra-bajo, bajo-violín, violín-bandoneón… Conversaciones imaginarias, intensidad aumentada, precisión latiente.
Con la Carta de Tom –carta imaginaria de Jobim a Piazzolla de la mano de Daniel Zisman– las sonrisas cómplices aparecen junto a los primeros sonidos que fluyen en todas las direcciones para hacer aparecer escenas en el aire que respira el público con mirada atenta…hasta el bajista baila acariciando su contrabajo a ritmo del bossa.
El juego vital entre violín y bajo, el toque francés, hasta llegar a la séptima: de reojo y con emoción silenciosa mira el padre al hijo antes de la
PAUSA
Cambio de perspectiva de la tecleadora de este texto: cambia ella lo lateral por lo frontal. Y percibe: padre e hijo solos sobre el escenario. Papeles trastornados… La imagen del típico violinista –delgadito, fino, ensimismado– tras un bandoneón, la imagen del bandoneonista –bonachón y cómodo con curva de felicidad– acariciando con un arco las cuerdas de un violín. Recuerdo. En dúo y con maestría de yeites (trucos) tangueros. Qué lindo…Michael Zisman con voz suave le presenta al parqué escénico las piezas y los músicos…revive con su bandoneón…se vuelve grande…ya no parece un chico frágil cargado de vergüenza…y puede descargar su tensión. De ahí placeando (Melancólico, Nostálgico, Morena) hasta llegar entre composiciones propias a la Resurrección del ángel con intervenciones muy lindas del piano para acabar con Piazzolla.
Al final, el público se encuentra con 5 hombres de los cuales uno con pelos escondidos otro sin ellos, todos de negro o casi…en una fila haciendo múltiples reverencias y volviendo una vez más al escenario después de aplausos desenfrenados.
Después de este viaje en el tiempo y en el espacio a aquel pequeño templo de Buenos Aires que fue el local en el número 676 de la calle Tucumán, donde se encontraban altezas jazzeras, tangueras y bossanoveras, sólo nos queda decir: gracias.
Gracias por muy buen sonido, por las interpretaciones de los arreglos originales de Piazzolla, por composiciones propias interesantes. Gracias a 676, a BeJazz, a TiempoSur, a ellos, a vosotros, a todos, a todas.
Unos instantes. Aplausos.
Miradas íntimas, expectación, y ya nos sumergimos en profundas aguas sonoras. En un baño de luz anaranjada comienzan maullidos violinísticos a emitir sollozos, risas, gemidos. Se convierten en estrella entre los instrumentos hasta transformarse en pieza de puzle a la tercera, unirse a las demás piezas y transformar en conjunto sonidos en una imagen sonora. Guitarra-bajo, bajo-violín, violín-bandoneón… Conversaciones imaginarias, intensidad aumentada, precisión latiente.
Con la Carta de Tom –carta imaginaria de Jobim a Piazzolla de la mano de Daniel Zisman– las sonrisas cómplices aparecen junto a los primeros sonidos que fluyen en todas las direcciones para hacer aparecer escenas en el aire que respira el público con mirada atenta…hasta el bajista baila acariciando su contrabajo a ritmo del bossa.
El juego vital entre violín y bajo, el toque francés, hasta llegar a la séptima: de reojo y con emoción silenciosa mira el padre al hijo antes de la
PAUSA
Cambio de perspectiva de la tecleadora de este texto: cambia ella lo lateral por lo frontal. Y percibe: padre e hijo solos sobre el escenario. Papeles trastornados… La imagen del típico violinista –delgadito, fino, ensimismado– tras un bandoneón, la imagen del bandoneonista –bonachón y cómodo con curva de felicidad– acariciando con un arco las cuerdas de un violín. Recuerdo. En dúo y con maestría de yeites (trucos) tangueros. Qué lindo…Michael Zisman con voz suave le presenta al parqué escénico las piezas y los músicos…revive con su bandoneón…se vuelve grande…ya no parece un chico frágil cargado de vergüenza…y puede descargar su tensión. De ahí placeando (Melancólico, Nostálgico, Morena) hasta llegar entre composiciones propias a la Resurrección del ángel con intervenciones muy lindas del piano para acabar con Piazzolla.
Al final, el público se encuentra con 5 hombres de los cuales uno con pelos escondidos otro sin ellos, todos de negro o casi…en una fila haciendo múltiples reverencias y volviendo una vez más al escenario después de aplausos desenfrenados.
Después de este viaje en el tiempo y en el espacio a aquel pequeño templo de Buenos Aires que fue el local en el número 676 de la calle Tucumán, donde se encontraban altezas jazzeras, tangueras y bossanoveras, sólo nos queda decir: gracias.
Gracias por muy buen sonido, por las interpretaciones de los arreglos originales de Piazzolla, por composiciones propias interesantes. Gracias a 676, a BeJazz, a TiempoSur, a ellos, a vosotros, a todos, a todas.